Desde pequeña siempre tuve muchas inquietudes y dudas respecto al mundo en que vivía. A través de mis ojos de niña veía, sin entender porqué, las diferencias tan marcadas entre el trato que me daban a mí y el que recibían mis hermanos. Aún hoy no lo entiendo.
Nací en una ciudad pequeña de Nuevo León, soy la octava hija (gemela de otra niña) de una familia de diez: siete mujeres y tres hombres. Mi padre como un hombre de valores tradicionales siempre fue algo distante, sin embargo de él aprendimos: el amor al trabajo, la honestidad, la generosidad, el valor de la palabra y el sentido del deber. De mi madre, con su perfil de mujer incansable en las tareas del hogar y del negocio, me enseñó el valor de la familia, el respeto, la prudencia, y esa capacidad inagotable para amar a tus hijos.
Por fortuna desde muy chica supe lo que quería y lo que no. A los 16 años, le pedí apoyo a mi papá para entrar a la Universidad y su consejo fue “estudia una carrera técnica (belleza) para que puedas abrir un negocio pronto y ganar dinero”, pero esa idea no me hizo mucha ilusión. Siempre me gustó destacar, sentir que podía lograr cosas por mis propios méritos y no por ser hermana, hija o esposa “de”, soñaba con vivir de forma independiente, con total libertad para tomar mis decisiones.
A esta edad lo tenía claro, quería: estudiar en la universidad, aprender más, entrar en el mundo de los negocios para entender el sistema económico-político del país y destacar en el mismo. No quería solo “ganar dinero”, quería construir una carrera.
Aún sin compartir mis ideas, mis padres me apoyaron para que siguiera el camino que escogí. En 1981 entre la Universidad y en quinto semestre empecé a trabajar medio tiempo, a fin de aprender más rápido, generar mis propios recursos y pagar mis gastos personales. Mi gran motor siempre fue un deseo de superación constante y que mis padres se sintieran orgullosos. Ahora que lo pienso, el hecho de que ellos no me resolvieron todas mis necesidades hizo que desarrollará más rápido mi capacidad de enfrentar y resolver problemas, razón por la que siempre les estaré agradecida.
En 1987, tomé dos de las decisiones más importantes en mi vida; me casé y me incorporé a una empresa que marcaría el rumbo de mi carrera profesional. En un Corporativo de las empresas de la Familia Rivero, conocí a los que han sido mis mayores mentores: los señores Jaime Rivero, Manuel Rivero y Alejandro de Lascuráin.
Seis años y dos hijas después, la siguiente oportunidad tocó a mi puerta; recuerdo con mucha claridad cuando me comentó el Ing. de Lascuráin que los señores Rivero estaban por solicitar autorización para constituir un Banco. Este fue un parteaguas en mi incipiente carrera porque, aunque la señal de Dirección General era contratar en finanzas solo a personas que tuvieran amplia experiencia en el sector financiero (y yo no la tenía), me atreví a solicitar un lugar y me lo concedieron. El compromiso era iniciar en el Banco como responsable del área fiscal, en el entendido de que si no lograba resultados me regresaría a mi posición anterior.
Consciente del reto, busqué la forma de aprender rápido y contribuir más al equipo. Trabajé en proyectos estratégicos, desde mi área y con todos los departamentos que formaban parte de la Dirección de Administración y Finanzas. Mi dedicación, entrega, así como mi enfoque a resultados fueron reconocidos. Y conforme fue creciendo la estructura organizacional del Banco, fui asumiendo mayor responsabilidad; alcanzando el cargo de subdirectora en el año de 1999 y el de Dirección en 2005.
Tengo que admitir que durante todo este tiempo lo más difícil ha sido balancear mi vida personal con mi vida profesional. A los 22 años me casé y a los 28, que inició el Banco, ya era mamá de dos. Desde entonces he tenido que encontrar la forma de ganarle tiempo al tiempo para cuidar mis dos grandes compromisos: mi trabajo y mi familia.
Además, he buscado siempre encontrar un espacio para mi preparación continua con estudios de maestría, certificaciones y programas directivos. Estoy orgullosa de decir que en el balance de mi vida he logrado servir a mi profesión como presidenta del Instituto de Contadores Públicos de Nuevo León (ICPNL) y dedicar tiempo de calidad a mis padres para devolverles un poquito de tanto que me dieron. Mi secreto sigue siendo ese deseo por superarme constantemente.
Por lo que respecta al ambiente laboral, en mi opinión, la diferencia más importante en el trato a los entre hombres y mujeres radica en la forma en que éstos reciben apoyo y reconocimiento de sus jefes. Mientras que las mujeres tenemos que exigir y demostrar constantemente que sí podemos, a los hombres se les otorga la oportunidad y la confianza, aun cuando no tengan la experiencia o los méritos suficientes. Lo anterior, no es una cuestión exclusiva de las empresas, es un tema cultural y parte de cómo están definidas las funciones en el ámbito familiar.
A la mujer no se le impulsa como a los hombres, porque se piensa que su carrera es temporal (solo para ganar algo de dinero) y que siempre va a anteponer sus intereses familiares a los profesionales. De hecho, soy testigo de cómo a veces nosotras mismas nos saboteamos, porque en el fondo tenemos miedo de no cumplir las expectativas o incluso porque limitamos nuestra disponibilidad de tiempo para dedicarle a la empresa, todo inducido porque muy pequeñas aprendimos que nuestro principal deber está en la casa.
El hombre no siente esa responsabilidad de acompañar a los hijos en su formación y crecimiento, confía que la mujer lo hará y jamás debe lidiar con los sentimientos de culpa que nos agobian a nosotras al cuestionarnos si les estamos dedicando el tiempo suficiente o si nos estamos perdiendo de momentos importantes en su vida. Se requiere de mucha voluntad y convicción, así como de una red de apoyo en la familia y la empresa para que la decisión de llevar tu vida profesional y familiar a la par pueda sostenerse.
Debo confesar que en todos estos años poco me había cuestionado sobre el sistema de trabajo, siempre asumí que si quería estar y competir en este mundo laboral lo tenía que hacer conforme a las reglas establecidas. Hoy me doy cuenta que vivimos bajo “un sistema hecho por hombres y para hombres“, y que este sistema debe evolucionar para que permita a hombres y mujeres disfrutar tanto de su vida familiar como de la profesional.
A lo largo de mi historia he visto la incursión de la mujer en el ámbito laboral evolucionar de manera importante, sin embargo falta mucho más por hacer. Es necesario generar iniciativas, programas y sobre todo políticas que permitan impulsar la carrera profesional de hombres y mujeres talentosos, sin distinción. Tenemos que recordar que la equidad de género y la igualdad de oportunidades, no solo apunta hacia la mujer, sino a contribuir al sano desarrollo de familias y sociedad equilibradas en su conjunto.
Muchas gracias por permitirme compartir un poco de mis ideas y de mi experiencia de vida en esta plataforma, espero que quien lea estas líneas encuentren en ellas algún punto de inspiración o empatía.