Cómo aprendí a hacerme cargo de mi

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Lo que yo no haga por mí nadie más lo va a hacer.

Fue entonces que me di cuenta, todo este tiempo había estado actuando desde un lugar de enojo, de víctima, desde la carencia, pidiendo a gritos silenciosos que alguien se hiciera cargo de mi...

Fue entonces que me di cuenta, todo este tiempo había estado actuando desde un lugar de enojo, de víctima, desde la carencia, pidiendo a gritos silenciosos que alguien se hiciera cargo de mi...

Tuve la dicha de haber crecido con una vida privilegiada, cada año en mi familia salíamos de vacaciones, vivía en una casa con alberca, teníamos dos personas de servicio, íbamos a jugar golf y mi papá estrenaba coche cada 6 meses.

Mi papá tenía una relación rara con el dinero…todo se lo regalaban… si llegaba una tele nueva, los boletos de avión para irnos de vacaciones, coche nuevo… siempre eran regalos. Él tenía su empresa y yo siempre lo veía contento.

Crecí pensando que el asunto de generar dinero era un tema de hombres y que todo lo que tenía que hacer era casarme. En vez de preocuparme sobre mi futuro y en ver qué estudiar, me concentraba en el tema de pertenecer, sentirme aceptada y amada.

Cuando cumplí 18 años, llegó un huracán a la ciudad donde vivíamos (Mérida) y ese desastre natural se llevó a nuestra familia… No en el sentido de que alguien se muriera, pero todo lo que yo conocía como la estructura, seguridad y estabilidad se fragmentó. Mis papás se divorciaron, mi papá quedó en bancarrota, el dinero y los lujos se acabaron.

A raíz de este suceso para estudiar una carrera tuve que pagarla yo sola. Mientras que la mayoría de mis amistades se iban al Tec de Monterrey, yo estaba trabajando para poder pagar una universidad no tan reconocida.

A la mitad de la carrera junté un poco de dinero ($13,000 para el boleto de avión y $300 euros para la estancia) con la idea de irme a Alemania a “hacer mis prácticas”. Resultó que la universidad no existía y la familia que me recibiría en su casa no me podía recibir. En dos semanas salí de la estancia. Para mantenerme fui niñera, puse alfombras y conseguí un trabajo con un pintor de la calle. Regresando de la aventura alemana terminé la carrera. 

Luego de esa experiencia conocí al que sería mi esposo, nos casamos y empecé a estudiar mi segunda carrera, a la mitad me embaracé y dejé la universidad. Nació mi bebé (una cesárea que no era lo que yo quería) y a los 6 meses nos mandaron a vivir a Monterrey. El acuerdo implícito y nunca hablado fue que él trabajaría y yo cuidaría de mi hija.

Acostumbrada a ver cómo había sido mi infancia me sentía en desventaja, como que algo no cuadraba, mi frase era: “Cenicienta barrió hasta que se casó y yo empecé a barrer el día que me casé”.

Después de un año me separé, me fui de regreso a Mérida y apenas llegué mi mamá me dijo: “tienes 3 meses para salir de aquí, no vas a vivir como una solterona”. Mi papá me recomendó que regresara a Monterrey porque “nadie me iba a querer con una hija”. En seis meses regresé con él  con la promesa de que todo iba a mejorar.

Decidida a resolver mi matrimonio y mi situación económica empecé a tener trabajos eventuales: me convertí en educadora perinatal, doula y asesora de lactancia. 

Por esta época tuve a mi segundo hijo (en un parto de agua bellísimo). Estos trabajos me permitían estar en casa mientras mis hijos iban a la escuela, yo me organizaba para ganar dinero y sentirme un poco más autónoma.

Con este trabajo me di cuenta que las parteras necesitaban fuerza en políticas públicas y descubrí la maestría de Género en políticas públicas. Sin embargo mi entonces pareja se molestó mucho, me decía; “una maestría es para una persona que vive en casa con sus papás, que está soltera y no tiene hijos” mi ex suegro agregaba “de nada te va a servir”.

Total que cuando entré a la maestría mi propósito era salvar a todas las mujeres y a las parteras. Curiosamente me di cuenta que a la única persona que necesitaba salvar era a mi…

Un día un compañero me preguntó porqué no buscaba un trabajo estable, considerando que, por mis ingresos, lo que yo hacía era básicamente un hobbie.

Entonces caí en cuenta de algunas algunas banderas rojas que yo no quería ver:

1. Cuando cumplí 17 años tuve el privilegio de irme a estudiar un año al extranjero, mi papá se suponía que me mandaría $200 dlls al mes y a veces se atrasaba, mientras veía que una amiga de Noruega recibía $2,000 dlls al mes

2. Cuando tuve 18 años tuve un novio tóxico que hacía unos comentarios como: “vamos a ir a cenar a donde yo diga porque yo estoy pagando” “tu y yo no somos iguales”

3. Cuando empecé a trabajar a mis 19 años, mi papá le dijo a mi mamá “ya no le podemos decir nada porque ella ya gana su dinero”

5. Cuando nació mi hija mi mamá me regaló un libro “La mujer millonaria” y me dijo: “la mayoría de las mujeres nos terminamos quedando solas” y pensé: “quizá tiene envidia de que yo tengo una relación y ella no” (ahora me doy cuenta cuánta razón tenía)

Estando en la maestría me cuestioné tantas cosas sobre lo que había aprendido, descubrí que yo me había creído muchas de estas banderas rojas y bajo ellas había construido la relación con el dinero y con los otros.

Terminé la maestría y, después de muchos pleitos y discusiones, decidí divorciarme. Quería empezar a trabajar en temas relacionados con mi carrera, pero lo primero que pensé fue ¿quién me va a contratar después de todos estos años? 

Importante aclarar que me divorcié pero nunca me separé, porque aún creía que “el matrimonio es para toda la vida”. Se acabaron los pleitos y discusiones, aceptamos vivir como roomies por los niños. 

Yo tenía mucho enojo acumulado, por el abandono económico de mis papás, por no haber escogido un “buen esposo-proveedor”… no dejaba de pensar “por favor alguien hágase cargo de mi”, estaba enojada con el sistema, con el huracán, conmigo misma…

En la búsqueda de trabajo por fin alguien apostó por mí y me sentí profundamente agradecida. Entré al mundo corporativo, casi 10 años después de mi último trabajo, solo para darme cuenta que las mujeres de mi edad tenían unos puestazos porque nunca dejaron de trabajar.Esto le sumó más enojo: todo por cuidar la carrera de él, pobre de mí que nadie ve mis esfuerzos, ¡no es justo!

Long story short llegó la pandemia, hubo un despido masivo en las empresas, me tocó a mí y a él.

Empecé a ver las formas de generar dinero… a vender mezcal, dar conferencias, pensé en regresar a los partos, y ¿si vendo cochinita? ¿si cuido niños? ¿me voy de uber? 

Gracias a Dios conseguí trabajo luego luego, la instructora de un programa de un liderazgo para mujeres en el que entré me decía: “Adriana, tienes que actuar ya, con las habilidades y con los contactos que tienes puedes llegar más rápido a alcanzar la vida que tú quieres” 

Fue entonces que me di cuenta, todo este tiempo había estado actuando desde un lugar de enojo, de víctima, desde la carencia, pidiendo a gritos silenciosos que alguien se hiciera cargo de mí.

Entonces me contacté con mi ex jefa, ahora amiga, esa que me contrató después de 10 años de no haber estado en nómina, y nos pusimos a platicar… Con mi experiencia comercial y sus 16 años en Talent Acquisition decidimos asociarnos. 

Entonces emprendí…

Yo acababa de entrar y de repente empezamos a tener mucho éxito, renuncié al trabajo que acababa de conseguir. Me empezó a ir taaaaaan bien y por alguna razón de repente empecé a hacer todo mal: a no contestar correos, a quedarme dormida, a no contactar al candidato, porque ¿para qué necesitaba tanto dinero? Tiempo después alguien me dijo que se llama tener miedo al éxito.

De estar ganando mi magic number, la llave del universo se cerró y empecé a facturar muchísimo menos, todo se empezó a atorar, tuve que despedir a mi staff. Sumado a esto se murió la ex suegra y mi matrimonio no soportó la pandemia. 

Me acabé todos mis ahorros y las cosas se empezaron a poner tan mal en casa que sentía que tenía que salir corriendo… ¿a dónde me voy a ir? En búsqueda de soluciones le hable a un chavo que me había contactado para un trabajo y le pregunté si conocía alguien que rentara un departamento… me dijo “no, pero te ofrezco trabajo”.

Misteriosamente me ofrecía lo mínimo que necesitaba para pagar renta, gasolina, recibos, super y niñera. Le dije que tenía un negocio y me dijo no importa, nos ajustamos.

Empecé el año con $-100,000 y muerta de miedo. Pero, como el inicio de año pintaba bien empecé a confiarme, a gastar mucho más de lo que ganaba, hasta que me di cuenta que estaba trabajando para pagar la American Express.

Ahora por las deudas me empecé a enfermar, los análisis del cortisol salieron súper altos, tenía un desbalance en la tiroides, resistencia a la insulina y un cansancio espantoso… Pensé ¡me hubiera quedado casada! ¡quiero un sugar daddy!

No me quería levantar de la cama, quería dormir y dormir, me preguntaba: cuál es el sentido de todo esto, para qué hago lo que hago, para quién. Pero esta vez, como no me podía dar el lujo de perder mi trabajo, decidí hacerme cargo de mí.

Me metí a un curso de mindfulness, me metí a un gimnasio, empecé a ir a terapia. Así poco a poco los niveles del cortisol se balancearon, se me quitó la resistencia a la insulina, desapareció el cansancio.

Una amiga me recomendó una dieta financiera: recorta gastos innecesarios, no vayas al súper con niños, borra tus tarjetas de amazon. Porque claro que cuando me emocionaba o cuando me entristecía decía: “hoy nos merecemos esto” y seguía firmando sin parar con la TDC. 

Hoy a la vuelta de un año puedo decir ¡estoy en camino!  Me estoy haciendo cargo de mi, estoy invirtiendo (ya tengo mi fondo de emergencia), abrí una cuenta en dólares, compré mi seguro de retiro y ahí voy.

Por fin estoy ingresando mucho más de lo que gasto y vivo en una zona bonita y segura para mis dos hijos. Debo confesar que al inicio la idea de separarme me remontaba a las telenovelas donde la madre soltera se iba con sus hijos a vivir en la calle, por lo que poder ofrecerles a mis hijos comida en el refri, una mamá de buen humor, un ambiente de paz, me hace ver que hacerme cargo de mí ha valido la pena.

Lo que yo no haga por mí nadie más lo va a hacer. 

A veces todavía quisiera ser esa niña pequeña a la cual alimentaban y cuidaban, pero ahora entendí que ya no lo soy. Si yo solita me pongo esta mascarilla de oxígeno y me “pago primero” voy a estar mejor como mujer, ser humano, mamá, profesionista.

Al fin aprendí a reconciliarme con todas esas personas que no se habían hecho cargo de mí y agradecí muchísimo los aprendizajes que me han dejado estos años de caer y levantarme.

Te agradezco mucho si llegaste hasta aquí, gracias por haberme leído, quiero compartirte que lo mejor que podemos hacer como mujeres es invertir en nosotras, que si somos  independientes financieramente podremos vivir y acceder a oportunidades. También que debemos identificar cuándo es momento de salir de ahí, no quedarnos en una casa, matrimonio o situación por no contar con los medios suficientes. 

Aprendí que el dinero nos abre la puerta a muchas oportunidades, experiencias y posibilidades y nos permite que tengamos opciones… escuché por ahí la frase “el que no conoce sus opciones no tiene opciones” y he aprendido que el empoderamiento para mí es el poder hacer, crecer y construir la vida que quiero tener.

Gracias

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