El dinero invisible del hogar

Finanzas familiares
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Aquí vas a encontrar:

  • El eterno dilema: vida profesional vs. tareas del hogar
  • ¿Ayuda o corresponsabilidad real?
  • La otra forma de aportar
  • Cómo hablar de esto (aunque incomode)


¿Cuánto vale lo que no se ve? Durante mucho tiempo creí que el valor de mi aportación al hogar dependía del dinero que generaba. Sentía que, si  no contribuía con la misma cantidad, mi presencia pesaba menos. Con los años, y gracias a mi esposo, comprendí que las tareas del hogar, aunque no se miden en números, son las que sostienen buena parte de nuestra rutina. Hay un valor enorme en todo eso que no se nota a simple vista, pero que permite ahorro, mayor orden y una organización que mantiene nuestra vida funcionando.

El eterno dilema: vida profesional vs. tareas del hogar

Como muchas mujeres, he sentido la presión de equilibrar mi carrera con las responsabilidades del hogar. Esta carga, casi siempre asumida en silencio, pocas veces se reconoce o se valora. De hecho, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las mujeres mexicanas dedicamos en promedio 2.5 veces más tiempo que los hombres a labores de cuidado no remuneradas. Esta desigualdad impacta directamente nuestras oportunidades laborales y alimenta la brecha de género.

Y si a eso le sumamos nuestras propias particularidades, todo puede complicarse aún más. Yo, por ejemplo, decidí no ser mamá, y aún así me enfrento a la idea persistente de que, si no hay hijos, entonces “no hay mucho que hacer” en casa. Sin embargo, esto no significa que el trabajo doméstico desaparece de mi vida. 

Tengo un trabajo de tiempo completo y mi propio negocio. Aunque no crío hijos, dedico mi tiempo y mi energía a tareas que también sostienen lo cotidiano: que la ropa esté limpia y planchada, que haya comida no solo disponible, sino preparada, que los espacios estén limpios y en orden. Y eso, aunque a veces pase desapercibido, requiere atención, organización y esfuerzo.

He intentado delegar, pero no me acomodo. Me gusta trabajar en mi hogar, tener las cosas a mi manera. Es algo que, paradójicamente, me da paz. Aun así, hay días en los que me siento rebasada. Porque hacerlo todo, incluso por decisión propia, también implica un desgaste real.

¿Ayuda o corresponsabilidad real?

Una de las conversaciones más valiosas que he tenido con mi esposo fue cuando me pidió que hiciera una lista con todo lo que hago en casa porque muchas veces no se da cuenta de todo lo que implica que nuestro entorno funcione. Él, por ejemplo, siempre veía las plantas lindas, pero no imaginaba que, para eso, yo debía de quitar hojas secas, revisar la tierra, etc. Y así como eso, hay muchas pequeñas tareas que parecen insignificantes, pero que sostienen nuestro hogar.

Hoy sabemos que él es más estructurado para ciertas cosas, yo para otras. No se trata de repartir todo a la mitad, sino de encontrar un equilibrio real, basado en el respeto, la comunicación y el reconocimiento mutuo. 

Hablarlo nos ha ayudado muchísimo. Porque a veces también nosotras necesitamos hacer las paces con que no siempre vemos las cosas igual. Si no lo decimos, si no explicamos desde dónde viene nuestro esfuerzo, el otro quizá no lo perciba. No por indiferencia, ni por falta de voluntad, sino porque simplemente no está en su radar. 

La corresponsabilidad no consiste en que él “me ayude”. Se trata de entender que ambos vivimos aquí, ambos usamos este espacio y ambos nos beneficiamos de que todo funcione. Hacer visible lo invisible también es parte de nuestro trabajo. Nombrarlo, explicarlo, compartirlo… y desde ahí, construir una dinámica más justa. Para mí, pero también para él.

La otra forma de aportar

Hay tareas que no generan ingresos, pero sí ahorro. Cocinar en casa, planear menús, comparar precios, organizar la despensa, evitar desperdicios, reparar en lugar de reemplazar, todo eso también es trabajo. Silencioso, constante, muchas veces pasado por alto, pero trabajo al fin.

Yo lo vivo todos los días. Sin darme cuenta, me convertí en la que administraba parte de los recursos del hogar. No con una hoja de Excel, pero sí con la cabeza llena de pendientes que buscan que nada falte, que todo alcance.

Este tipo de esfuerzo forma parte de lo que se conoce como «economía de cuidados», un concepto que el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) ha identificado como clave para el desarrollo económico del país. Según el IMEF, reconocer y valorar estas labores podría contribuir significativamente al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) nacional.

Cómo hablar de esto (aunque incomode)

Hablar sobre el trabajo doméstico y la corresponsabilidad puede ser incómodo, sobre todo cuando aún persiste la idea de que quien aporta dinero ya “cumple con su parte”. No es fácil poner sobre la mesa lo que no se ve, y menos cuando por años se ha asumido que “eso te toca a ti”.

Pero lo que no se nombra, no existe. Y si no se habla, no se transforma.

En mi caso, las conversaciones han surgido poco a poco, desde la empatía y el deseo genuino de construir algo justo para los dos. No desde el reclamo (eso, te lo aseguro, no funciona), sino desde la necesidad de hacer visible el esfuerzo. Porque muchas veces no es falta de voluntad, sino de información, de perspectiva. Si tu pareja no sabe cuántas tareas haces, ¿cómo va a involucrarse?

Aquí te dejo algunas ideas según el momento o realidad en la que estés:

  • Si hay apertura en tu relación: Haz una lista de tareas invisibles. No solo de limpieza, también cosas como recordar cumpleaños, planear regalos o sacar una cita médica. Ponerlo por escrito ayuda a dimensionar todo eso que suele darse por hecho.
  • Si quieres sumar un enfoque financiero: Una vez que tengas tu lista, añade un estimado de cuánto costaría cada una de esas actividades si se contrataran como servicio, por ejemplo: cocinera en casa (entre $300 y $500 por día), asistente personal (desde $10,000 al mes) o servicio de jardinería (alrededor de $250 a $400 por visita). Este ejercicio puede dar aún más visibilidad al valor real de ese trabajo invisible. 
  • Si él (o ella) aún cree que con lo económico basta: Comparte un podcast corto o un fragmento de este artículo. No como exigencia, sino como algo que te movió. Hablar desde lo personal es más efectivo que señalar.
  • Si tú misma estás empezando a cuestionarte: Observa tus pensamientos. ¿Te sientes culpable por pedir ayuda? ¿Sientes que deberías poder con todo? ¿Te cuesta soltar el control porque “nadie lo hace como tú”? A veces, la conversación más importante empieza con una misma.
  • Si eres madre y el desgaste es mayor: No lo normalices. El cansancio, el desborde, la sensación de que todo recae en ti no deben ser lo habitual. Puedes empezar por pedir pausas, momentos compartidos y dejar claro que estar en casa no equivale estar disponible todo el tiempo.

Todas estas conversaciones requieren valentía, sensibilidad y, ante todo, la certeza de que mereces compartir la carga. No solo para que todo funcione mejor, sino para que tú también estés bien.

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