A los 17 años llegue a la ciudad de Monterrey para estudiar periodismo, mis papás siempre preocupados porque no batallara con casi nada me instalaron en un departamento justo enfrente de la universidad, me compraron mi primer super (igualito a lo que comía en casa) y me dieron mi primera tarjeta de crédito "para emergencias".
Para mi ese fue EL parteaguas de mi relación con el dinero, pero antes de entrar en detalles les comparto un poquito de contexto.
A inicios de mi universidad mis preocupaciones se resumen en: pasar las materias, mantener el depa limpio y qué vamos a hacer el fin. Entre los foráneos, mi roomie y yo éramos las reinas del ¡claro yo pago! ¿Vamos al antro? claro, ¿vamos a rentar una quinta? ¡porque no! ¿Un día de spa? LO NECESITO.
Como otros en mi situación, me acostumbre a la llamada de terror cuando llegaba el estado de cuenta, que siempre maneje con "no lo vuelvo a hacer, lo prometo", también me acostumbre a olvidar esa llamada a medio mes y hasta me acostumbre a invitar la cuenta de otros infortunados foráneos que no tenían ni mi suerte, ni mi plástico.
Tuvieron que pasar casi dos años para que el karma decidiera enseñarle algo a mi generosidad.
Empezando el semestre, recibí un callback to reality de mi mamá, porque mi padre jamás sería capaz de "preocuparnos con cosas de dinero". Preocupada (enojada) mi mamá me explicó la situación financiera familiar: mi papá estaba pasando por un problema en su trabajo, lo más probable es que tuviera que pelear por su jubilación y eso significaba una posible suspensión de su sueldo.
Spoiler alert, una semana después lo más probable sucedió. No solo mi plástico mágico se había quedado sin fondos, sino que estaba en duda que pudiera terminar mi semestre en la universidad.
Al inicio me enoje, se me hacía injusto no haberme enterado antes, me enojaba pensar que mis papás no consideraron el efecto que la situación tendría en mi vida y peor aún me dolió profundamente que no confiaran en mí para enfrentar la situación.
El coraje me empujó a probar que se equivocaban. Me busqué un trabajo que pudiera pagar la mensualidad de la escuela, hice un presupuesto a como mis conocimientos de periodista me lo permitieron y cambie el antro por vino en la casa, el spa por mascarillas de aguacate y la quinta...por el cine a 2x1.
Después de 4 meses de crisis, la situación de mi papá se resolvió, pero mi resolución no. Estaba comprometida con ganarme su respeto así que seguí trabajando, ahorrando y guarde mi maravillosa tarjeta de crédito donde no le pudiera hacer favores a nadie.
El resultado:
Perdí a mi roomie (mi lifestyle ya no se acoplaba con el suyo), me enamoré de la independencia que te daba el trabajo, pero lo más importante: descubrí el respeto, valoración y reconocimiento con mis papás y con mi dinero.
Además, sin querer me volví embajadora del tema. Empecé a hablar de dinero, con amigas, con mi hermana, con el que me diera dos minutos para soltar mis ideas de el porqué todos debemos responsabilizarnos de nuestras finanzas.
Y así igualito, sin querer, llegué a Clara Banregio donde aprendí que mi historia podía hacer una diferencia para otros.
El término independencia financiera aún me suena fuerte. Todavía adoro que mis papás me llenen el refri cuando vienen de visita y que de vez en cuando me paguen un viaje. Sin embargo, lo que sí me encanta de esas dos palabras es que mi papá me pida ayuda para hacer su presupuesto, el hecho de ver mi cuenta de ahorros crecer y sobre todo que aún conservo mi primera tarjeta de crédito “para emergencias” pero que rara vez siento la necesidad de utilizarla.
Con mi historia y otras que leerás en Clara, no queremos darte la fórmula mágica de las finanzas, la intención es conocer y escribir juntas nuestra Historia (así, con mayúscula) Financiera para poder crecer, aprender y, lo más importante: